El argán – árbol de la vida
Lo llaman el dador de vida en Marruecos, el único lugar donde crece. Poco conocido en otras partes –ni siquiera en el resto de este país en el norte de Africa– el argán sobrevive el calor, la sequía y los suelos pobres para luchar contra la desertificación y proveer valiosos productos y trabajo para los beréberes, el pueblo autóctono de la zona. El único árbol de su tipo en cualquier parte del mundo, el argán crece en bosques entre las ciudades costeras de Agadir y Essaouira.
Retorcido y espinoso, envía sus raíces profundamente a la tierra en busca de agua, uniendo el suelo y evitando la erosión.
Su fruto color verde –de aspecto parecido a una aceituna gigante– tiene un olor dulce pero un sabor horrible. Pero contiene un verdadero tesoro: una nuez muy dura con unas pequeñas semillas ricas en aceite.
El aceite es muy nutritivo, y –cosa aun más importante– rico en ácidos grasos esenciales y antioxidantes. Se cree que baja los niveles de colesterol, estimula la circulación, fomenta el sistema inmune, y además se ha usado tradicionalmente como un tratamiento para enfermedades de la piel. Usado localmente hace mucho tiempo para mojar pan y como aliño para ensaladas, está convirtiéndose ahora en un alimento de moda en Europa y América del Norte. La industria de los cosméticos también está mostrando creciente interés en el aceite.
Las cabras a veces ayudan a cosechar las semillas. Prohibidas de entrar al bosque hasta que los frutos han madurado, hacen frente a las espinas y trepan a los árboles, comiendo la carne de sabor desagradable de los frutos. Las nueces descartadas por las cabras luego se rompen a mano entre dos piedras –un proceso
muy laborioso– para sacar el aceite.
Las cáscaras de nuez se queman como combustible. Y la madera del argán –conocida como “madera de hierro marroquí”– es muy valorada, y se usa para incrustaciones en cajas de taracea. Nada es desperdiciado.
Varias cooperativas de mujeres han empezado a cosechar el aceite para exportación, ofreciendo muy necesarios empleos. Pero el árbol dador de vida está amenazado. En menos de un siglo, más de un tercio del bosque ha
sido destruido para dar lugar a cultivos, para pastoreo o la fabricación de carbón de leña.
Fuente: http://www.ourplanet.com/tunza/issue0401sp/pdfs/11.pdf