Essauira, bendita indigestión de gran música

La ciudad marroquí reúne a medio millón de personas para su Festival Gnawa y de músicas del mundo

MINGUS B. FORMENTOR - Essauira. Enviado especial

La hibridación de rock y gnawa revitaliza el viejo dinosaurio de las radiofórmulas


Essauira la tolerante. La bien dibujada. La blanca. Mogador se niega una vez más a esconder tras un biombo de silencio su mágico esprit,su carisma histórico y su monumentalidad humana. Vuelve a estar en el mapa, con más intensidad de la que nunca se le otorgó. La inmarcesible Mogador, la siempre viva Essauira, acoge en su Festival Gnawa y de músicas del mundo medio millón de asistentes a sus conciertos durante la semana en que rompe aguas el verano. Son diez años ya, y a lo que se ve y oye, un clamoroso y merecido éxito.

El espectáculo, el placer, impregnan la ciudad entera. Riadas tranquilas por las callejas de su hermosa medina, aglomeraciones relajadas ante sus nueve escenarios. Crecen sin cesar los festivaleros de Europa y América, con un notabilísimo incremento de los de Iberia. Veinticinco grandes maâlems llegados desde todo el país con sus respectivas formaciones, casi un cuarto de millar de artistas marroquíes y otros 150 de cualquier rincón del mundo. Un lujazo.

Imposible dar cuenta de la bendita indigestión de gran música que sirve Essauira durante estos días. Sirva la recensión de algunos de sus más espectaculares fogonazos. Por ejemplo, la tarde noche del pasado jueves, un espléndido tres en fila requetegozado en la gran explanada Mulay Hasan. Lo abrió el grupo amazigh Imghrane, que, pese a haber sido fundado en 1991 y ser a estas alturas una joya de brillo diamantino, siguen desconocidos entre nosotros. Una pena.

Imghrane se presentó en octeto, con cinco percusionistas (tres bendires, tambores percutidos a baqueta y hierros) y tres dados a la cuerda (guembri, banjo y guitarra eléctrica). Su música es mesmerizante en el fondo y con un groove irresistible en sus formas, música alineada con ese blues de alta definición que surge donde lo árabe y lo negro se dan la mano, un blues que crece a orillas del Níger, que echa raíces en Mauritania o en el Sahara, blues bereber y tuareg, el blues de bluses. Imghrane son de una grandeza que reclama amplio reconocimiento universal.

Luego vino Baaba Maal, para no pocos la mejor banda eléctrica del África negra hoy. Gran sentido del espectáculo, el color, el baile. Merece todo el aplauso dentro del gelatinoso star system de las músicas del mundo.

Yde cierre, una producción específica para el festival, si bien los parisinos tendrán la suerte de verla en el Cabaret Sauvage. Por un lado, Loy Ehrlich y Louis Bertignac, dos auténticos héroes del rock y la fusión a la francesa durante los últimos 30 años, a los que se unía el batería Cyril Atef (ex Orchestre Nationale de Barbès) y un poderosísimo cantante tunecino, Akram Sedkaoui. Del otro, un joven maâlem de Essauira, Saïd Boulhimas, felizmente condenado a hacer historia. La formación conjunta se ha bautizado como Band of Gnawa y rinde homenaje a la Band of Gypsies hendrixiana con un poderío que desarma y lleva a la audiencia a la ebullición cuando no al paroxismo. Arrancando con el Come together de los Four Fabs y abrochando el cierre con Sympathy for the devil,ofrecieron en medio una generosa descarga de Led Zeppelin y Jimi Hendrix a partes casi iguales que nos dejó sin resuello. Las transiciones del rock al gnawa y vicevuelta circulaban por puentes de plata. Rock y gnawa, una más de las hibridaciones posibles que revitalizan ese viejo dinosaurio proyectado desde las radiofórmulas. Una portentosa relectura de los clásicos, y lo demás, cuentos. Gracias, Essauira.