MARRUECOS: ESSAOUIRA.


Antaño, cuando los navíos fenicios, cartagineses, romanos o portugueses navegaban a lo largo de las costas marroquíes, la bahía de Essaouira, con sus playas de fina arena, les atraía irresistiblemente. En Essaouira se podía encontrar todo aquello que un marino (¡o un emperador!) podía soñar: plumas de avestruz, sal, especias, sábalos, azúcar, cereales, purpurina, caballos, polvo de oro, tejidos…


La ciudad, fortificada con una extraña mezcla de estilos arquitectónicos, un océano que colma las expectativas de los amantes del windsurf y de la pesca submarina, calas aisladas, un generoso sol templado por una ligera brisa, una artesanía célebre en todo Marruecos, una sabrosa cocina local, una acogida amable y sincera… le permite encontrar hoy en Essaouira, la mítica Mogador, todo lo que un viajero ha podido soñar.


Subiendo a las murallas de Essaouira, podrá pasear a través de los siglos… Galeras romanas navegan hacia los astilleros instalados en el siglo I a.C. por el rey Juba II en las islas Purpurinas. Estas islas reciben su nombre de la apreciada purpurina secretada por unos moluscos, los múrices, muy abundantes en sus fondos marinos.


Cierre los ojos. Han pasado quince siglos. Unos galeones recalan en la bahía. Los portugueses son dueños de la ciudad y proyectan seguir siéndolo para siempre. Sus temibles fortalezas los protegen de otras ambiciones, pero, sin embargo…


¡Qué vaivén! Estamos en 1764 y no pasa un solo día sin que los navíos mercantes europeos atraquen para intercambiar sus productos manufacturados por fabulosas riquezas africanas. Essaouira, ahora puerta marítima de Tombuctú, canaliza el 40% del comercio por mar de Marruecos. Este fulgurante desarrollo se debió al Sultán Sidi Mohamed ben Abdellah, quien promovió el esfuerzo para competir contra el puerto rival de Agadir. El plan urbanístico estuvo a cargo del ingeniero francés Teodoro Cornut, que diseñó la Puerta de la Marina –que facilita el acceso al puerto-, rodeó la ciudad de murallas al estilo Vauban y trazó calles amplias y rectilíneas.


Ahora, vuélvase y admire “la bien diseñada Essaouira”; después baje de las murallas y regrese al presente para disfrutar de todos los encantos de Essaouira.


Placentera, evocadora y encantadora, Essaouira atrae desde el siglo XVI a poetas, sabios, artesanos y creadores marroquíes. Con artistas como Nourredine Alioua, Mohamed Tabal, Mohamed Bouada, la ciudad se constituye en unos de los centros más activos del arte contemporáneo de Marruecos.


En Essaouira la belleza no se contempla en los cuadros. ¡Qué extraña perspectiva forma esa callecita bordeada de casas blancas con postigos azules! Y ese sutil claroscuro de la placita Bab el- Sebaa, con el fondo de las terrazas de los cafés moros invitando a la pausa del té.


Y la precisión de detalles en la fachada de la antigua morada del Pachá, hoy Museo de Sidi Mohamed Ben Abdellah, repleto de tesoros del arte regional. Como salida de un cuadro de Delacroix, una multitud abigarrada deambula por la calle Siaghine. Todos admiran a los joyeros herederos de la excepcional técnica de los orfebres judíos, que cincelan largos y elegantes pendientes, fíbulas, brazaletes con charnelas, pulseras para el tobillo o collares de plata…


Un poco más lejos, las manos hábiles de los marqueteros incrustan madera de tuya, de limonero, de ébano, de nácar o hilo de plata, que fascinan a los paseantes. ¡Qué bien quedaría en su casa uno de los cofres desbordantes de joyas!

LOS CAÑONES DE ESSAOUIRA.


Sobre la “skala” de la casba se alinean los célebres cañones de Essaouira. Este lugar surgido del pasado fue escogido por Orson Welles para rodar los exteriores de s Otelo. Suba a la torre cuadrada. A sus pies bailan manchas de vivos colores: son las flotillas de los bous. Las exclamaciones de los pescadores desplegando sus redes y los marineros descargando las cajas de pescado plateados le llegarán amortiguadas. El olor de las sardinas a la parrilla le hará cosquillas en la nariz. Nunca se aburre uno contemplando el puerto de Essaouira.


LA CABRA Y EL “ARGANIER”

En el interior de la región de Essaouira prolifera un árbol que sólo se da en Marruecos; el “arganier”. Produce una nuez de donde se extrae un aceite alimentario muy apreciado. Las cabras adoran sus hojas y no dudan en subir a lo alto de los árboles para darse un festín.

Fuente: Oficina Nacional Marroquí de Turismo, Balmes 89-91,
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